Entre heridas y palabras
- Rafa Miranda
- 28 abr
- 3 Min. de lectura
¿Cómo contar el dolor sin traicionar su verdad?

En el proceso de dar vida a mis personajes, me he enfrentado una y otra vez a un desafío esencial: ¿cómo narrar el dolor humano sin caer en el melodrama? ¿Cómo ser fiel a la intensidad de una emoción sin traicionarla exagerándola o diluyéndola?
He aprendido que el primer paso es escribir con honestidad. Cuando has vivido en carne propia una emoción, o cuando has observado de cerca a quienes la han experimentado, el dolor se vuelve tangible. No es una cuestión de adornarlo: es de escucharlo y dejarlo hablar. Aunque yo personalmente no he vivido ataques de ansiedad como los de algunos de mis personajes, he tenido la oportunidad de convivir con personas cercanas que sí lo han hecho. Además, la investigación rigurosa ha sido una aliada. Creo que narrar desde esa honestidad, desde ese conocimiento respetuoso, es lo que salva una escena del riesgo de ser melodramática.
Mostrar, no decir: el lenguaje del dolor auténtico
Uno de los errores más comunes al escribir escenas intensas es intentar explicar demasiado. Decir "sintió un gran dolor" no le hace justicia a lo que realmente sucede dentro de un ser humano que sufre.Prefiero acercarme al dolor a través de gestos, de silencios, de respiraciones entrecortadas, de la tensión en un cuerpo que no encuentra descanso. El dolor se manifiesta en la mirada perdida, en los dedos crispados, en esa incapacidad de pronunciar una palabra porque si se dijera, todo se derrumbaría.
Cada personaje me enseña algo nuevo. Ainara, por ejemplo, me duele profundamente mientras la escribo. Al principio era sólo una figura esbozada en el lienzo de la historia; ahora, tiene cuerpo, voz y heridas que me atraviesan mientras narro su camino. Lo mismo ocurre con Gabriel, quien sigue arrastrando los ecos de un pasado que no le concede tregua.
Aprendiendo de los grandes
Cuando busco modelos que me enseñen a narrar el dolor, pienso en libros como Los abismos de Pilar Quintana, donde la emoción está tan cerca de la superficie que casi se puede palpar. También vuelvo una y otra vez a Tolkien: en su aparente grandilocuencia épica, logra momentos de dolor profundísimo, como la angustia de Éowyn o el desprecio que enfrenta Faramir de su propio padre. No es el grito lo que conmueve: es el susurro contenido, la herida silenciosa que supura. Más recientemente, encuentro en Mujeres que no perdonan de Camilla Läckberg un ejemplo poderoso: sin describir directamente el dolor de sus protagonistas, logra que lo sintamos en cada decisión, en cada acto extremo que emprenden para sobrevivir en un entorno que las ha traicionado. Esa capacidad de hacer sentir, más que decir, es lo que da profundidad emocional real. Es esa la conexión entre heridas y palabras.
Escribir llorando
Algunas escenas me han dejado lágrimas en los ojos mientras escribía. Recuerdo en La semilla de la locura una escena de profundo dolor contenido, en la que Penélope y su hija, tras años de distancia emocional, apenas logran rozar el amor que siempre estuvo ahí, reprimido y temeroso. No me protegí de esas emociones mientras escribía. No creo que debamos hacerlo. Son esas emociones las que alimentan la verdad del texto, las que crean un puente honesto entre escritor, personaje y lector.
Entre heridas y palabras: La verdad detrás de la ficción
Escribir ficción no es mentir. Muy al contrario: requiere una honestidad brutal. El lector siente —intuitivamente— cuándo una emoción es real y cuándo es impostada. Las emociones honestas son ese hilo invisible que une al autor con su obra, y de ahí, al corazón del lector.
Por eso, cuando abordo escenas de duelo, abuso o culpa, no busco arrancar lágrimas fáciles. Busco reflejar el dolor como es: desordenado, humano, contradictorio y, a veces, silenciosamente devastador.
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